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8
Napoleón se paseó por Villambroz


-¿Os suena algo el nombre de Thomiers?
   Esta fue mi primera pregunta que a boca jarro hice en cierta ocasión a un grupo de mocetes que me encontré al entrar en Villambroz.
-Pues no. Nunca lo hemos oído.
    Esta fue también la respuesta escueta de este grupo de mozos y de la mayoría de los de Villambroz, a quienes luego les hacía la misma pregunta.
-Si, hombre sí. A uno le sonaba algo:
-Es una palabra de un habla extranjero. Y lo aclara un poco una chica:
-Es un término francés. Y aquí queda todo. Yo sigo interpelando:
-Es el apellido de un famoso general francés que comandaba un destacamento del ejército de Napoleón, que luchó en la batalla de los Arapiles, el Grande y el Pequeño, en la provincia de Salamanca. Yo noté que se había producido un murmullo entre mis jóvenes interlocutores. Un chaval se atrevió a intervenir:
 
-Lo de Arapiles me suena algo. Una vez le oí este nombre a la maestra en la escuela. Pero no me acuerdo de nada más. Se lo aclaré un poco:
-En esta batalla el ejército francés fue vencido y obligado a la retirada y volver a Francia con el rabo entre las patas. Tuvo muchas bajas entre los altos mandos, y uno de ella fue el General Thomier.  Pero otro se atrevió a interpelar:
-¿A qué viene que estemos hablando ahora sobre esto?
   Convencido de que no encontraban ninguna relación de lo que yo les contaba con su pueblo, me vi obligado a intervenir de nuevo:
 
-¿Nunca habéis oído que el destacamento del ejército francés, que había sido comandado por el general Thomier, en 1814, pasó por Villambroz y los soldados durmieron una noche por las calles del pueblo?
-No. Confesó un chaval con cara de sorprendido.
-Pues sí, yo lo he leído en un escrito de D. Tomás Escapa, que fue cura párroco de Villambroz y lo escribió entre los años 1813 al 1823.
Un mocete de aspecto de ser despierto de inteligencia, como reuniendo el parecer de los otros, preguntó interesándose:


-Y ¿cómó fue? ¿Qué pasó? Yo eché mano de un papelito que guardaba en el bolsillo de la chaqueta y comencé a leérselo:
-“Sirva el anunciar a los que vean este escrito, el día 28 de Agosto del año 1810…”.
 
   Aquella mañana de pleno verano, la gente había metido trilla, para alguno era una de las últimas, como lo había hecho el día anterior. La mañana transcurrió dentro de la normalidad de un día de verano. Estaba haciendo un calor propio de un día estival en el páramo, que auguraba una tarde fresca al levantarse el cierzo.
   Ya muy adelantada la moledura de la mies, hicieron un paréntesis y pararon los trillos de dar vueltas y más vueltas, para ir a comer los trilladores y descansar también un poco el ganado. Pronto reemprendieron la trilla, porque había que terminarla, ya que en agosto los días se iban acortando y la tarde se echa encima. Tenían que aprovechar las horas de más calor, que es cuando muelen bien los trillos.
   
¿Qué hubiera pensado la gente de uno que les contara haber soñado que el Ejército francés había pasado por Villambroz? Yo creo que el mismo soñador no se hubiera atrevido a contar a nadie su estrafalario sueño. Sin embargo la realidad superó con creces a este posible sueño fantástico. Lo nunca visto por aquellas tierras parameras de Villambroz.
   A media tarde, los que estaban en las eras, empezaron a ver que se levantaba como una nube de polvo, teniendo como telón de fondo las borrosas imágenes de las atalayas de la dehesa de Bustocirio y el monte de Carrión. Venía por el polvooriento Cordel de las merinas en esa época seca del verano. Esto, que pudiera haber sido un espejismo, de no haberse comprobado luego, se iba acercando. Comenzó a aumentar el volumen de la nube de polvo cuando cruzaban Cabañas y se acercaba al límite del terreno de Villambroz, hoy todo roturado y entonces monte bajo de roble, carrascos, y otras clases de arbustos.  
   Según iba acercándose aquella nube, la gente se intranquilizaba cada vez más, por no distinguir todavía qué era aquello que provocaba tal polvareda. Sin embargo, empezaban a distinguir ya el colorido de las banderas, llevadas a los hombros por soldados y que precedían a los ya identificados como soldados que venían a pie.

   Al ir reduciendo la distancias, también empezaron a darse cuenta que la colorida vestimenta de los uniformados, blanco y rojo chillón, era distinta del color sobrio, entre verde y castaño de los pantalones y guerrera que traían al pueblo, cuando venían de permiso los que estaban haciendo la mili en el ejército español. Por lo que, según los comentarios suscitados en las eras, se descartaban que fueran soldados españoles. Más tarde, se percataron de la vestimenta soldadescas estaba bastante deteriorada. No en vano eran soldados que se retiraban vencidos en el campo de batalla.
   En las eras iba aumentando la inquietud de la gente, que no acababa de saber claramente qué era aquello que venía raudo hacia ellos.

    ¿Tendrían que marcharse de las eras a refugiarse en sus casas? ¿O esperarían allí con su tarea de la trilla, hasta que llegara aquello incógnito? Mientras tanto, las labranzas seguían dando vuelta en la trilla, ya bastante molida a esas horas. La próxima vuelta sería ya de pala, la última antes de aparvar y tirar la trilla al montón o a la parba.
 
   Cuando ya llegaban por tierra Santos, casi entrando en las eras de abajo, y veían mejor que se trataba del ejército francés, según comentaban algunos más entendidos en cuestiones de milicia, pudieron luego describir la escena pecualiar de aquella tarde. El uniforme de los soldados estaba compuesto de chaquetón azul, cruzado el pecho por ancho correaje; pantalones color rojo y ajustado; calzaban botas y leguis de cuero negro; la cabeza cubierta con gorro-visera negro. Todos los soldados portaban al hombro el fusil con bayoneta calada. Eso sí, muy polvoriento y en algunos soldados se veían jirones en las casacas y en los pantalones.
 
   Al acercarse más al pueblo y llegar a la entrada de las eras, ocupadas por la mies y montones sin beldar, de centeno y de trigo,  se detuvieron para cerciorarse bien por donde podían pasar para llegar al pueblo. Cuál sería la sorpresa de la gente de Villambroz, cuando ya vieron que aquella polvareda la hacían nada menos que soldados, extranjeros, y con certeza pertenecientes al ejército francés. De Napoleón Bonaparte.
   Cuando iban pasando por el camino que cruzaba las eras por el lado de gallego, la poca gente que había quedado haciéndose el valiente, hacía cuentas mentalmente y aquellos soldados se podían contar por miles.
   Según datos facilitados después, unos dos mil y más soldados del ejército francés cayeron sobre el pueblo, como una nube de langostas o como parpaja sobre las eras de Villambroz.
 
   Sigo leyendo la nota:
-“…durmieron en este pueblo dos mil y más franceses…,”  

   Aquella tarde del día 28 de Agosto del año 1810, según datos exactos recordados años más tarde por el cura Escapa, les cambió de ritmo veraniego a los vecinos de Villambroz.
   Terminarían a toda prisa de aparvar. Tal vez alguna trilla a medio moler la tiraron también al montón. Seguro que algunos tampoco harían el viaje acostumbrado de la tarde para meter trilla al día siguiente. Irían a casa más pronto que de ordinario. Por las puertas entreabiertas estarían asomándose continuamente para ver qué es lo que hacían por las calles aquellos extraños soldados franceses. Es que los de Villambroz estaban viviendo un acontecimiento nunca jamás soñado y menos aún, vivido.
 
   En el papelito encontrado, el cura Escapa escrbe:
-“…Dirigía a los franceses el General Thomiers…”.
   Para dar un poco más de consistencia histórica a este retazo, he hecho una pequeña incursión por alguna enciclopedia y he encontrado que este destacamento del ejército francés, que durmió una noche en Villambroz, lo había dirigido, ciertamente el General de Brigada Jean Guillaume-Barthélemy Thomières. Este oficial de la Legion de Honor y Baron de la Nobleza Imperial había nacido el año 1771 en Sérignan, Hérault, de Francia. Thomières murió el año 1812, en la batalla de los Arapiles, Salamanca, donde había sido mortalmente herido. En consecuencia, Thomier ya no comandaba a aquellos soldados franceses en retirada tras ser vencidos en la batalla de Arapiles por el ejército de España.
 
   Y continuamos leyendo:  
-“…Y aquí aún había mies en la era. Nos causaron gravísimo daño pues hicieron con las mieses camas en las calles…”.

  
Esta frase tan escueta del cura Escapa está llena de supuestos lógicos. Apenas dos centenares de habitantes del Villambroz de aquellos años, de pronto, aquella tarde de verano fueron invadidos por más de dos mil de la soldadesca francesa de Napoleón.
   Aquellas familias labradoras, ante el miedo que les había venido encima, se vieron obligadas a recluirse en sus casas. Se les había trastocado el ritmo normal de su vida rural. Asomándose a la calle por las rendijas de las viejas puertas, veía con espasmo cómo aquella tropa de franceses estaban llenando las calles con su mies que traían de las eras para prepararse sus jergones y dormir esa noche.
   Como lo podemos leer, el cura Estepa subraya el daño gravísimo que estaban causando al pueblo, pues les vaciaron las eras, para hacerse con las mieses camas en las calles. Los soldados franceses durmieron aquella noche en este pueblo, en donde en esa fecha de agosto aún había mucha mies en las eras. Pero esa tarde noche los chiguitos tampoco pudieron ir a jugar a las eras, como solían hacer las noches veraniegas. Los soldados franceses les habían quitado su propio lugar de juego nocturno en verano.
 
   La escueta nota del cura sigue aportando nuevos datos de quella fecha memorable para Villambroz:    
-“…fueron desde aquí a Sahagún. Dirigía a los franceses el General Thomiers. Golpearon a Fray Fernando Delgado; robaron al convento…;”  
 
  La pequeña crónica del cura Escapa que estamos leyendo, confirma que aquellos soldados visitantes de Villambroz, eran víctimas de la derrota en el campo de batalla. Venían en condiciones muy precarias. La intendencia era muy escasa y la moral la tenían por los suelos. De ello deducimos que se veían obligados a vivir de la requisa y rapiñas por los pueblos por donde pasaban.
   A la mañana siguiente, muy de madrugada, se levantaron los soldados franceses para marcharse. En un principio los de Villambroz pensaron que aquel ejército ya les dejaba en paz. La tranquilidad volvía a reinar en el pueblo. Así que, es de suponer que la gente aprovecharía esa misma mañana para atropar la mies que los soldados les habían llevado de sus eras, a las que esa noche habían vaciado completamente. No en vano, los sodados franceses necesitaron mucha mies para preparar mullida a dos mil camas hechas en el suelo.
   Por este escueto relato del cura, se sabe que los franceses se fueron de Villambroz a Sahagún. La villa leonesa campiña, era la localidad más grande de todo aquel entorno. Allí este ala del ejército francés vencido y en retirada, les prometía mejores condiciones para encontrar alimentos y demás cosas que necesitaba. Pero la gente desconocía aquella tarde que esta marcha no fuera definitiva.
        Si en Villambroz hizo mucho daño, más causó en Sahagún. Efectivamente, asaltaron por sorpresa el monasterio de los Benedictinos, apresaron a todos los monjes, al no poder éstos darles el casi millón de reales que exigían al abad, fray José Sánchez de Escalona, saquearon y robaron todo cuanto los monjes no tuvieron tiempo de ocultar,  y, entre burlas y denuestos, ahorcaron al monje frayBernardo Delgado, maestro de obras de la abadía, al que los franceses suponían dueño de los dineros.
   Los soldados se vengaron rompiendo y destrozando cuanto hallaban a mano. Tampoco se libraron del robo y destrozos los franciscanos del convento de La Peregrina. También los condujeron a la abadía para declarar ante los mandos, pero la palabra del guardián o superior, fray Blas Labrador, logró convencerles de que su dinero lo habían consumido los más pobres de la villa.
 
   ¿Cuál sería la misión concreta que esta ala del ejercito de Bonaparte traía en esta incursión por España? 
   En sus expediciones desde Burgos, llegó a León y Astorga, dejando cuerpos de ejército en lugares estratégicos, entre ellos Carrión de los Condes. Por las fechas que comentamos, Sahagún gozaba de relativa paz, ya que las guerrillas de Porlier habían sido muy efectivas los últimos meses y los franceses las temían, como en todo el resto de España.

   Pero se ve que Bessières quiso escarmentarlos sorprendiendo a Sahagún la mañana del miércoles 29 de agosto, como relata el historiador de Sahagún. P. Wilibaldo Fernández Luna, naturalmente después de haber pernoctado en Villambroz todo el contingente mandado por el general J. Tourniers, que en todas partes se habia mostrado especialmente prepotente y cruel, por eso hacía tanto daño.
Luego, a toda marcha, sin duda por temor, a las emboscadas de los guerrilleros, regresaron a Carrión sin más parada que la de Villambroz «para tomar la sopa» (cenar), el sábado día 1 de septiembre, y seguir a toda prisa hacia Carrión.
   A esto se refiere el cura Escapa con estas palabras:
-“…El sábado siguiente volvieron aquí a tomar la sopa. Este día no fue notable el daño…”.   
 
    Áunque ésto no lo dice el cura relator, yo me imagino que a Sahagún no iría todo el destacamento, a no ser que pensaran volver a Carrión por otro camino. Parte quedaría en Villambroz guardando la munición y demás elementos de campaña, hasta que volvieran con las provisiones el contingente del ejército que se había desplazado a Sahagún.
   Desde el pueblo volvieron a tomar Cañada abajo, dirección a Palencia, aprovisionándose de alimentos en el siguiente pueblo grande, la villa de Carrión de los Condes.
 
  No podemos obviar el subrayado que hace el cura en su relato de estos hechos, a modo de reflexión personal, que este día, aunque el ejército frances si hizo cosas perjudiciales en el pueblo, no fue notable el daño, porque en otras ocasiones, debido a su situación a la vera de la carretera, Villambroz había sufrido también otros daños. Así se da a entender como lo que escribe Escapa:
-“…Esto lo advierto por llenar esta llana; que del francés y español, había mucho que decir…  Por eso, tampoco me resisto a terminar este retazo rural sin antes subrayar la curiosa advertencia que hace el mismo Escapa en su corto comentario.  
 
¿Qué querría decir exactamente con esta frase el cura Tomás Escapa? Yo intuyo que está refiriéndose a otros casos similares a éste, cuyas víctimas  fueron este u  otros pueblos. El paso también del ejército español, alguna otra vez por Villambroz y cuyo comportamiento había sido igual al francés. Y termina el cura explicándose estos y otros acontecimientos así: “Pues este pueblo por estar en carretera, padeció mucho, que, gracias a Dios, estamos libres de unos y otros”.
  Esto lo escribía el cura Escapa exactamente el 19 de mayo de 1814,  cuatro años después del paso de la tropa francesa por Villambroz.

 
 7
 
El pobre vaquero
 
    Va otra de eventos, el último retazo rural, cuyo protagonista fue el también vaquero del Villambroz de los años cuarenta. Así como igualmente se trata de un acontecimiento provocado por unos mangantes, que gozan haciendo daño al prójimo.
   Por los años cincuenta del siglo pasado, en el pueblo se cantaba una copla, cuya letra y música era obra de los pastores jóvenes, que convivían en el monte con el vaquero Maximiano. En este canto se incluían estos versos:
 
-“Maximiano como es así, y tiene tan mala cabeza”.
   No era verdad. Aquellos aprendices a rapsodas estaban equivocados. El vaquero no era así, ni mucho menos, sino que tuvo una traumante experiencia, años atrás,  que le afectó tan gravemente en su salud física y mental, que lo hizo  “así”, como le veían los mozalbetes años después. Este evento lo situamos en el primer año de los cuarenta. El pillaje de toda clase se acentuó  en la posguerra.
 
   Aquella tarde en pleno verano prometía hacer una noche en la que una vez más estaría ausente el frio cierzo. Así que el vaquero Maximiano había decidido pasar la noche fuera del corral, donde había metido las vacas. Tendría una noche agradable para dormirla al raso. Ese día estaba él solo, ya que su mujer, recientemente casados, solía acompañarle algunas noche. Ésta había ido a dormir al pueblo.
   Estando entretenido en los preparativos del sitio, para pasar la noche al abrigo de una tapia del corral, no se dio cuenta de la llegada de dos individuos, montados a caballo, que habían venido por todo el valle, de la parte de Terradillos. Según se dedujo después, vestían los dos de militar. Nunca supo decir Maximiano que clase de soldados eran. Cuando quiso darse cuenta, ya estaban junto a él. Sin apearse de los caballos, y ni siquiera darle las buenas tardes, sin más preámbulo, uno de ellos le pregunta en tono despectivo:
-¡oye, tú, vaquero!, ¿qué haces aquí a estas horas? –con una voz fuerte y tono presuntuoso, para achantar mejor al pobre vaquero.
-Es que me quedo aquí a dormir con las vacas que tengo dentro del corral. –asustado, casi no le salían las palabras. 
-Y ¿de quién son estas vacas? Pregunta el otro individuo con el mismo tono despectivo.
-del pueblo de Villambroz. –Respondió Maximiano ya más asustado.
-¿Dónde está ese pueblo? –Claramente eran unos ignorantes de aquella geografía.
-Ahí, en lo bajo. Está muy cerca de aquí. Respuesta precisa del vaquero.
-Y¿porqué no vas al pueblo a domir? –Así insistió preguntando otra vez el primer individuo, como con el ánimo de indagar más cosas.  
-No, es que en este tiempo de verano me quedo aquí para pasar la noche –Responde el vaquero ya más asustado todavía.
   Era tal el miedo que se iba apoderando de Maximiano, que la vista se le nublaba y el habla se le marchaba. De lo que sí se dio cuenta y lo recordaba pasado el tiempo, fue que uno al otro le instigaba:
-Tirale un tiro y mata a este vaquero. Mátalo. Si no lo matamos ahora nos van a descubrir. Mátalo.
   Al oir estas amenazas, fue tal la impresión recibida por Maximiano, que se descontroló por completo. Estos fueron unos instantes para el vaquero de Villambroz fatales. Tal fue así, que quedó completamente aturdido, a punto de transtornarse. Menos mal que el segundo soldado no respondió al mandato del otro individuo.
-No hombre, no. No seas así. Este es un pobre pastor de vacas. Además es de los nuestros. No nos ha hecho nada. ¿Por qué vamos a matarlo?. –Estas palabras demostraban que el corazón de este segundo soldado rojo era más humano que el del otro rojo, que, por cierto debía tener una graduación mayor y también más malicia.
   Y dejándolo en estas condiciones, los dos foragidos, no merecen otro apelativo, se alejaron siguiendo el camino hacia arriba, a la montaña palentina.
 
   Cuando el vaquero Maximiano se vió solo, libre de aquellos individuos indeseables, sin encomendarse a nadie, ni pensar en las vacas que quedaban en el monte, a todo tren, echó a correr hacia el pueblo, pero sin control alguno por donde iba. Atravesaba sembrados, saltaba arroyos y linderas. Para él no existían caminos.Al fin, llegó al pueblo, dando voces como fuera de sí.
   La gente, al verlo venir a aquellas horas untempestivas y sin la vacada, y con el aspecto desencajado, como de haber perdido el juicio, pensaron lo peor de Maximiano. Todo era querer explicarse Maximiano, pero la gente no acababa de entenderlo. Ya, ni siquiera sabía ir a su casa.
   Cuando se hubo tranquilizado  un poco, contó deshilachadamente lo que le había pasado en Valdesaugo. Que le habían querido matar unos hombres. Que había dejado las vacas solas encerradas en el corral. Entonces, unos cuantos dueños de las vacas, fueron a toda prisa a por las vacas, para traerlas a casa aquella noche. No podían quedar solas en el monte. Por cierto, las encontraron echadas tranquilamente, como de costumbre.
 
   Aquella noche estival Maximiano tuvo la desgracia de vivir en el monte una muy mala experiencia, con las consiguientes secuelas psicológicas negativas. Desde aquella fatídica ocasión, el buen baquero de Villambroz cambió su estado vital.
   Los detalles de lo sucedido aquella tarde de verano en Valdesaugo,  solamente los sabía el vaquero, pero el miedo que cogió fue tan grande que no lograba recordarlo cuando intentaba contarlo a la gente. Tuvo que pasar mucho tiempo para que las aguas se serenaran y Maximiano pudiera completar lo sucedido aquella fatídica tarde.
   La tarde debía de estar de caída, porque Maximiano ya había metido las vacas en el corral. Las vacas habían entrado como todos los días en el corral lugar. Ya estaban acostumbradas a pasar la noche allí.
   Igualmente el vaquero Maximiano había dejado la manta y la zurrona junto a la tapia que da a gallego. Dada la noche serena que iba a tener, pensó que allí sería un buen sitio para echarse él a domir esa noche, que invitaba a pasarla al raso, teniendo como único techo el cielo plagado de estrellas.
    Aquellos dos individuos, por la descripción que dio Maximiano tiempo andando de la vestimenta que llevaban, debían ser militales, o sospechosos delincuentes, camuflados de soldados. Pero Maximiano, debido al trauma que recibió, no supo explicarse bien en los primeros momentos. No sabía si eran yeguas o caballos lo que montaban. Como tampoco supo decir exactamente cómo vestían; si traían armas o no. Fue tal el miedo que cogió Maximiano, que se olvidó de todo.
    Luego, por las indagaciones hechas por la guardia civil, se supo que, ciertamente aquellos dos individuos eran dos militares del bando republicano, los que luegon llamaron maquis. Fuera de control huían de los nacionales e iban camino de la zona roja, la montaña leonesa y palentina. Por eso llevaban aquella tarde la dirección hacia Guardo.
 
   Pocos años más tarde, el pueblo le construyó una caseta en el pago de Valdesaugo, para que el vaquero pudiera pernoctar la temporada de verano, con la vacada que guardaba, en un lugar en mejores condiciones que las de un corral de ovejas.
   Desde aquel hecho, Maximiano tardó mucho tiempo en reponerse del susto. Durante una larga temporada, contaba su mujer la Nieves, Maximiano por la noche tenía muchas pesadillas y soñaba que se repetía lo que le había pasado en Valdesaugo. En su cama todavía revivía escenas similares a las de la tarde fatídica en el monte. Le venían imágenes de aquellos dos individuos que seguían persiguiéndole y amenazandole a muerte, repitiendo en sueños la sentencia a muerte:
-Tirale un tiro y mata a este vaquero. Mátalo. Si no lo matamos ahora nos van a descubrir. Mátalo, mátalo, mátalo…. 


6

Unos "rojos" por Matasuseras

 
   Era en pleno agosto de uno de los tres años en los que España entera estaba metida en la conflagración civil de unos españoles contra otros, también españoles. De Villambroz habían marchado a la guerra todo el cogollo del pueblo; solamente habían quedado los mayores, las mujeres y la gente menuda. Esta población era la encargada de hacer las sementeras y los veranos de esos tres años de guerra. En las eras solamente se oían voces infantiles, porque las de los mayores y mujeres, que también estaban trillando, habían sido apagadas por la tristeza de tener alguno de la familia luchado a vida y muerte en las trincheras. Incluso algunas familias ya había recibido la luctuosa noticia de que ya no volverían a ver al hijo o al hermano porque la metralla le había quitado la vida.   
    En este escenario bélico del páramo de Villambroz, aquel año fatídico de la guerra civil española del treinta y seis, treinta y siete o treinta y ocho, aquella gente pacífica pero diezmada, un día de verano amaneció alarmada, porque más temprano que de costumbre, el fresquero, junto con los chicharros, traía la noticia alarmante de que una avioneta, que decía la gente era del bando rojo, había caído en las Tiendas y los ocupantes la habían prendido fuego, se supone, para hacerla desaparecer. Los presuntos soldados rojos, venían hacia nuestro monte, huyendo de la guardia civil, que ya había salido en su busca.  
    En un primer momento, la gente de Villambroz así recibió la noticia, tal y como el fresquero lo había oído contar en Ledigos, de donde venía vendiendo pescado. Pero el tiempo se encargó de darles la verdad completa.
   Sus ocupantes notaron que la avioneta comenzaba a fallarles, por lo que se vieron obligados a hacer un aterrizaje forzoso, sin saber en donde iban a caer. En el campo del caserío de la Tiendas, un antiguo monasterio, encontraron “la pista de aterrizaje“. Tras consultar el mapa, conocieron aproximadamente en qué terreno se encontraban, zona nacional, por lo tanto, era campo enemigo.
   Al ver que la reparación era imposible hacerla ellos en aquella circunstancia, decidieron incendiar la avioneta para quitar todo rastro de la identiddad de sus ocupantes, por temor a ser capturados por sus enemigos, los nacionales. Pues, como es de suponer, este hecho no podía pasar desapercibido por los lugareños. Así que, recogiendo todas sus pertenencias en los macutos, y el armamento que llevaban en la avioneta y ahora podían transportar a mano, emprendieron la huida, dirigiéndose hacia la parte norte, a la montaña leonesa y palentina que ya veían en lontananza. Como eran militares, sabían bien que la zona nacional terminaba en aquellas montañas, de modo, que si lograban llegar allí, ya zona roja, estarían a salvo.
    Qué acontecimiento tenía que ser para el pueblo, que cambió el ritmo de vida aquel día de pleno verano. El saber que aquellos enemigos rojos vagaban huidos por su monte de Matasuseras, reavivó en ellos toda clase de sentimientos contra aquellos que eran los cumpables de que sus hijos y hermanos no estuvieran con ellos en el pueblo.
   El bullicio y movimiento característico de este tiempo en las eras, se paralizó casi al completo. En las eras, era tiempo de la trilla del centeno, quedaron solamente las mujeres atendiendo las labores. Los hombres, jóvenes que aún no tenían la edad para ir al frente y también los chiguitos, llevados por el prurito que da la curiosidad satisfecha, abandonaron los trillos y demás trabajos, lanzándose al monte a la búsqueda de aquellos rojos “malos”.
 La gente asustada y despavorida había quedado en las eras, mientras los hombres, unos armados con horcones, otros con palos, y tan solo uno con una escopeta de caza, subieron al alto de Matasuseras, por donde se decía que venían los accidentados rojos, huyendo de la guardia civil, que sospecharían estarían ya buscándolos.
   El pequeño “ejército” de voluntario de Villambroz, todos juntos fueron por la cañada grande a subir a Matasuseras por Valdeazme. Y ciertamente, pronto vieron a lo lejos a cuatro individuos, al parecer cargados con macutos y las metralletas al hombro, que caminaban por toda la raya de Terradillos con dirección hacia Guardo, zona, que sabían ellos ya no era nacional, sino roja y  en la que predominaba el “rojerío”. Por lo visto estaban bien enterados del lugar en donde habían caído y hacia donde tenían que dirigir sus pasos, para no “perder el pellejo”, que diría Manolo, el caminero de Villambroz.
   Al grupo de hombres armados con palos, horcas, y la única escopeta que llevaba Remigio, se les había unido también una pandilla de chiguitos unos y jovenzuelos otros, llevados por la curiosidad infantil. Estos chiguitos de entonces, hoy, los que viven ya octogennarios, han sido los transmisores de lo sucedido aquella jornada del mes de agosto en el Páramo de Villambroz. Pero, claro, los datos aportados por la gente pequeña, siempre van mezclados datos fruto de las fantasías infantiles, restándoles a los sucedidos parte de fiabilidad histórica y dándoles cierto cariz novelesco.
   Los rojos huidos venían por el monte, escondiendose en los matorrales cuando sospechaban pudieran ser vistos. Pero como no conocían bien el terreno que pisaban, andaban de un lado para el otro, como sin rumbo fijo. Su intención era ir para Guardo, pues se ve que lo habrían consultado en el mapa que llevaban, y sabían bien que la zona nacional que estaban pisando, terminaba en la montaña. Y para allí dirigían.
   En el alto de Matasuseras, los hombres del pueblo dieron con ellos. Los huidos, al ver aquel tropel de gente y que les pareció iban hacia ellos, no dieron importancia, porque pensaron que no eran más que gente curiosa de pueblo, meros campesinos, que no les podían hacer gran cosa. Comentaron luego, que de haber sabido las intenciones de aquella tropa de campesionos, hubieran echado mano de las armas que llevaban y los hubieran liquidado a todos.
 -¿No oís ruidos? –Uno llamaba la atención a los otros tres
-¡Calla! Sí, es verdad. Y se oye hablar a gente. –Aseveraba otro.
-Mirad. Como si viniera gente . Vamos a escondernos un poco en esas matas –intervenía así el tercero.
-Mira. Ya veo a gente. Y parece que son muchos. –aseguraba uno.
-Es verdad. Yo también lo estoy viendo. ¡Va! Son gente de pueblo. Estos no nos pueden hacer nada. Tiramos unos cuantos tiros al aire y los espantamos. Ya veréis cómo marchan corriendo llenos de miedo.
Y continuaron guardados entre los matorrales, a ver a aquella gente qué hacía.
-Esta gente se está acercando cada vez más. Vienen a por nosotros. Nos van a encontrar. ¿Arremetemos contra ellos antes que estén encima de nosotros y nos cojan como a conejos en sus madrigueras.
-Qué va. No hace falta. Pero si son unos pobres hombres de ese pueblo que está en lo bajo. No nos harán nada.
 Menos mal que no lo hicieron, porque vaya matanza que hubieran hecho de haber tiroteado a aquellos paisanos desarmados. Villambroz se hubiera quedado completamente diezmado, casi sólo viudas y los mayores y la gente pequeña.
    Pero no fue así. Cuando los cuatro rojos quisieron reaccionar, ya llegaron tarde, pues ya les habían rodeado. De pronto se lanzaron a ellos y los cogieron. No tuvieron más remedio que dejarse coger. Les ataron las manos atras con cintos y cuerdas que llevaban algunos y los bajaron al pueblo.
   En las Escaleras se personó la guardia civil de Villada y Saldaña. Qué fácil les salió la captura de la presa. Todo gracias a la valentía inconsciente de los hombres de Villambroz. Después de ponerles las esposas reglamentarias, se plantearon a que cuartel los tenían que llevar. Surgió una discusión entre los guardias civiles de los dos cuarteles. Es que se les había presentado la ocasión de hacer méritos para subir la graduación en el Cuerpo. Parece que los llevaron a Villada, porque la zona donde había caído la avioneta pertenecía al cuartelillo de Villada.
    La voluntariosa patrulla de Villambroz, volvieron al pueblo todo ufanos porque habían sido unos valientes defensores de la patria. Las mujeres seguían en las eras. Era ya más de media tarde cuando se presentaron a reanudar la labor de la trilla y liberar un poco del trabajo a las mujeres.
   Aquella tarde de principio de agosto y días sucesivos, la gente no tenía otro tema de conversación, que seguir comentando la odisea de aquella mañana en el monte de Matasuseras. Algunas de las trilladoras llegaron a sentirse orgullosas por la valentía que habían demostrados sus maridos y en su caso, los hijos.
   En Villambroz ya perdieron todo contacto con el acontecimiento de aquel día. Lo que se supo luego, no dejaba de ser más que meras habladurías y suposiciones, muchas de ellas infundadas. Se llegó a decir, incluso, que aquellos cuatro accidentados rojos habían sido fusilados sin más y enterrados sus cuerpos en una tierra, no lejos de Villambroz. Aunque nunca se ha sabido exactamente cuál era el lugar.
   Pero parece que no fue así. Pues las otras noticias que iban más por el camino de la verdad, decían que habían metido en la cárcel a los cuatro ocupantes de la avioneta. Rojos sí que lo eran, y los habían juzgado pronto y mandados a un penal. Pero como tres de ellos eran unos soldados, sin más, que lo único que hacían era cumplir órdenes, pronto los dejaron libres. No así con el cuarto que era el mando. ¿Qué es lo que hicieron con él? Lo más seguro es que harían con este militar rojo, lo mismo que los del otro bando, los rojos hacían con los prisioneros del bando nacional. Desgraciadamente, sería fusilado. ¡Cosas de la guerra!.


5

El páramo regado con sangre


 
 Este otro retazo rural lo hemos titulado así, el “Páramo regado con sangre”, por lo que se cuenta en él. La pureza de nuestros campos se vio manchada un día fatídico de verano de 1936, con la sangre de unas personas vil e injustamente ejecutadas por sus crueles enemigos. Aunque Villambroz y sus alrededores estuvo siempre en zona “nacional”, sin embargo no pudo librarse de ser también testigo de la violencia bélica y de la crueldad que conlleva toda guerra civil.
   El vecino Mateo, que entre otros oficios ejercía el de cortador, era muy dado a hacer incursiones por los caminos, para comprar animales y vender luego la carne que él cortaba en su pequeño matadero, hecho en un pajar de su misma casa. Una mañana como otra cualquiera, Mateo Villasus había madrugado algo y con el macho tordo marchó a vender la carne de unas ovejas que había matado la noche anterior.
   Yendo por la carretera dirección Sahagún, a la altura del pago de Villambroz, la Lobera, el silencio que reinaba por allí a esas horas tempranas de la mañana se rompía con unos tenues gemidos como de persona y que venían de un lado no muy apartado de la carretera, de una tierra, aquel año en barbecho. El iba montado en su tranquilo macho. Para cerciorarse, mandó parar al animal, y casi sin respirar, estuvo quedo unos segundos pa escuchar mejor. Ciertamente oyó algo como unos débiles quejidos, que procedían de una tierra lindante a la carretera. Empezó a entrarle tal miedo en el cuerpo, que tuvo que hacer un esfuerzo para sobreponerse al susto y no caer del macho. Al apearse notó que las piernas le temblaban. Dejó al pacífico animal en la cuneta y él se dirigió hacia el lugar de donde le parecía que salía aquel gemido, que cada vez lo sentí más tenue. Se acercó más y se encontró con el dantesco espectáculo de una gran hoya, llena de cuerpos ensangrentados y muertos. Todos amontonados, pues no habían hecho otra cosa aquellos verdugos que arrojarlos al hoyo, sin ninguna otra consideración que tratar de borrar la huella de aquel horrendo crimen. Los lamentos que Mateo había oído se habían apagado. A pocos metros de la hoya le pareció ver el cadáver de una persona todo lleno de tierra envuelta con sangre.
   El cortador de Villambroz no lo dedujo entonces, pero lo más seguro fue que los verdugos lo había afusilado como a los demás, pero no les dio tiempo darle el tiro de gracia y la víctima había logrado salir como pudo de la hoya mortuoria y arrastrándose por el suelo se había apartado unos metros. Algunos viejos del lugar oyeron contar que, algunos cuando llegaron a la Lobera, aún vieron a uno agonizando a pocos metros de la fosa común en la que estaban metidos los cuerpos muertos. La gente pensaba supuestamente que esta persona habría logrado escapar al bajarles de la camioneta, y los mismos verdugos le habrían tiroteado, pero con la prisa con que lo hacían todo, no le pudieron rematar.
     Transpuesto y dominado por el susto, Mateo nunca supo explicar cómo logró montar de nuevo en el macho y volver a toda prisa al pueblo para contar la escena espeluznante que acababa de ver en la Lobera. La lengua se le enredada y trafucaba las palabras. No sabía cómo decirlo. Tenía el rostro desencajado y pálido; con voz temblorosa apenas podía describir el horrendo espectáculo con el que se había encontrado en aquella tierra de Lobera.
    Al oir lo contado por el cortador Mateo, inmediatamente, mucha gente subió a la Lobera para ver qué había pasado y acabar de comprender lo que su vecino trafucadamente les había intentado contar.
   Este caso fue uno más de entre otros muchos que se dieron en tierras de uno y en otro bando, rojos para unos y nacionales para otros. El que nos ocupa ahora, ciertamente tuvo que ser obra de gente del bando nacional, porque esto sucedió en zona nacional. Como otras veces, habrían hecho una batida por los pueblos, Dios sabe cuáles, y habrían llenado una camioneta con todos los presuntos de izquierda denunciados por los alcaldes y otras autoridades, civiles y eclesiásticas. Les habían dado el preceptivo “paseo” y los trajeron a nuestro terreno para ejecutarlos y dejarlos para que los enterraran los de los pueblos..
   De la camioneta aparcada en la carretera, los tirarían en la gran fosa, que previamente habían obligado a unos paisanos de Terradillos a cavarla, y allí los fusilaron a todos. Claro está, las prisas con que se hacía esas cosas, provocaba situaciones dantescas como la de dejar a alguno fusilado, no del todo muerto. Los verdugos se marcharían a toda prisa, dejando a los moribundos expirar entre dolores y lamentos, hacidados dentro de las fosas comunes. Según luego se supo, al pasar por Terradillos, encargaron a los mismo fosores que fueran a tapar a los muertos.
   Cuando Mateo pasó la primera vez, se ve que los verdugos acababan de marchar a toda prisa, dejando fusilados y a medio morir a alguno. Lo que había producido aquella escena dantesca, que manchó de sangre al páramo de Villambroz.
   Este cruento acotecimiento en nuestro pacífico terreno no fue un hecho aislado en aquellos revueltos años. En la zona nacional era muy corriente dar el “paseo” final a personas cuya ideología no coincidía con la política de los nacionales. Lo mismo se dio en la zona republicana con los de ideologhía política nacional. En zona roja piquetes del frente popular visitaban las casas de los ricos, de los católicos, sacerdotes, religiosos y religiosas… y los llevaban a las checas, cárceles, para luego darles el “paseo”, y sin más juicios fusilarlos y dejarlos muertos en las cunetas, a las paredes de los mismos cementerios… en fosas comunes en el campo, obligando a los vecinos de los pueblos a cavarlas y luego tapar a los muertos.
    El padre de nuestro herrero, vecino de San Martín de Cueza, con otros del mismo pueblo, también fue paseado, fusilado y luego enterrado en un lugar desconocido para su familiares. Solamente porque fue acusado de ser republicano.
   En el pueblo leonés, San Pedro de Valderaduey, siendo párroco el mismo que lo había sido unos años antes en Villambroz, D. Indalecio, fue visitado varias veces por individuos venidos de no se sabe donde, preguntándole por la identidad de los vecinos republicanos, para darles el correspondiente “paseo” y fusilarlos. Gracias a la negativa del sacerdote, y eso que tenía más que suficientes motivos para delatarlos, los republicanos de este pueblo se salvaron de ser fusilados, gracias a la bondad del sacerdote Indalecio.
   Y tengo entendido también que el presidente de Villambroz también fue visitado en su día por unos falangistas, preguntándole por aquellos de ideología republicana que le miraban mal, para lleváselos a darles el “paseo”. La negativa del alcalde libró de la misma suerte mortal cruel que habían recibido los enterrados en la Lobera.

 
4

Robo de la vacada fracasado


Seguimos con el mismo protagonista del retazo anterior, el tío Ambrosio, aunque con unos cuantos años menos. Estaba en pleno apogeo de labrador autónomo, con posibilidades económicas como, a falta de hijos, poder tener criado todo el año. Pero el relato de ahora va de ladrones. 
   Pues sí. Villambroz tampoco se libró de los robos a domicilio, que eran muy corrientes también en aquellos tiempos y en las zonas rurales. Claro esta, la miel de aquellos “chorizos” no podía ser el dinero, porque, sencillamente, no lo había.
   Estos hurtos se hacían con animales tanto mular como caballar, que por aquellos años de nuestro relato, estaban empezando a ocupar algunas cuadras del pueblo, que las vacas de labor iban dejando, al ser sustituídas por las mulas y machos. Pretender otro tipo de robo en aquellos pueblos, como serían joyas, u otros objetos de valor, no tenía sentido, ya que carecían de tales objetos apetecibles de los ladrones. Me da un no sé qué pensar que los desvalijadores de coches de ahora son los sucesores natos de aquellos antepasados, también ladrones, pero de vacas, mulas, yeguas y caballos.
   Tal era así, que en los pueblos los chiguitos jugaban con toda normalidad “a ladrones”, que habían robado un animal y los guardias los perseguían, encontrándolos escondidos en un pajar. Los chiguitos se imaginaban que para llevarse las mulas de la cuadras, las ponían en los cascos de las patas herraduras de goma, para que no hicieran ruido y así no despertar a los dueños. Sospecho que aquellos chiguitos tendrían también noticia del suceso que vamos a reseñar en el siguiente retazo. Habría sido buen alimento para su imaginación infantil.   
    Por deducción lógica de lo que vamos a relatar, la casa del tío Ambrosio y su esposa la tía Tomasa, hoy en día completamente cambiada por los que la compraron en su día, estaba habitada entonces por un labrador, para el Villambroz de aquellos años, de cierta altura socioeconómica. Dicho en el argot agrícola, el tío Abrosio labraría bastante tierra y además en sus cuadras ataba también algún animal más que los dos pares de vacas de labranza. Lo más seguro que fuera alguna yegua y caballo, pues descartamos las mulas, porque estos animales todavían no habían llegado entonces a Villambroz para sustituir en el trabajo al ganado vacuno. También se explica que, aunque sea reiteración, el tío Ambrosio fuera un labrador con capacidad económica suficiente. Lo que explica tuviera un criado de año, para ayudarle en la labor.
 
   Había sido un día de trabajo muy duro para el criado Eugenio, que así se llamaba, pues había pasado toda la jornada binando en las tierras de la Cueza. Así que, después de cenar no había tenido ganas de salir un rato a la plaza con los mozos, como lo hacía otras noches. Los mozos y a veces también con las mozas, a la salida del rosario, solían reunirse alrededor del pozo hasta la hora de cenar. Allí hablaban unos con otros y con las mozas. Era una ocasión muy propicia para que naciera una chispa de amor entre algunos chicos y chicas. También aprovechaban para aprender cantarndo las novedades que habían traído ese año los quintos, cuando volvían al pueblo ya licenciados de la mili. Pero Eugenio esa noche no fue a la plaza porque cansado que estaba le apetecía más acostarse pronto. Y es que al día siguiente le esperaba una jornada como la que había hecho. Tenía que terminar de arar las dos últimas tierras de la hoja de arriba.
   Así que, nada más de cenar con el tío Ambrosio y la tía Tomasa, había ido a su camastro de la cuadra a dormir. Esto no lo debemos tomar como una discriminación social, que por ser un criado tenía la cama en la cuadra. Era lo común en las familias que tenían hijos; los mocetes dormían en la cuadra para cuidar el ganado.
   El cansancio y el sueño vencieron pronto a Eugenio, que se durmió profundamente, tanto que no le molestaba el ruido que hacían las vacas en las pesebreras. Ni tampoco las patadas de la yegua y su potrillo al pegar en el madero que les separaba del par de vacas de labranza. Además ya estaba acostumbrado a esos ruidos.
   Los ladrones, que entraron aquella noche en la casa del tío Ambrosio para robar, debían saber que en la cuadra también dormía el criado, por lo que procuraron entrar directamente a donde sabían bien donde dormía. Los cacos le sorprendieron sumido en profundo sueño de la primera vigilia de la noche, por lo que los amigos de lo ajeno, encontraron el camino fácil de recorrer. Entraron en la cuadra por un bocarón del pajar de al lado, ya con poca paja y que también era del tío Ambrosio. La cuadra tenía una portillera que comunicaba con el pajar. Todos estos detalles lo debían saber bien los ladrones.
   Serían las tres de la mañana, cuando el criado Eugenio se despertó con el ruido que hicieron las cuatro vacas al levantarse. Entonces medio dormido creyó ver envueltos en la oscuridad a dos individuos con un poco de luz en las manos, que se le acercaban al camastro. El no había podido encender el farol que tenía colgado, encima de su cabecera. El pobre criado quedó tan asustado al encontrarse en esa situación, que perdió toda la voz para poder gritar pidiendo auxilio y despertar a su amo. Los ladrones se subieron a donde estaba Eugenio, le amordazaron y con una maroma que encontraron allí, le ataron al mismo camastro, de modo que no podía moverse, ni hacer nada para librarse de aquellos intrusos maleantes.
   Pero de no querido, los ladrones, hicieron el suficiente ruido al intentar desatar y sacar de la cuadra a los animales, como para despertar al tío Ambrosio, que dormía en el cuarto de la cocina, cuya ventanuca daba al corral, frente a la puerta de la cuadra. La tía Tomasa se despertó la primera y llamó a su marido quien se levantó enseguida y asomándose a la ventana, oyó que en la cuadra había cierto ruido sospechoso. Abre un poco los cuarterones y ciertamente, vio que algo estaba pasando en la cuadra. 
   Al darse cuenta que se habían despertado los que dormían en la vivienda, los dos ladrones salieron corriendo de la cuadra y, huyendo despavoridos, volvieron a saltar a la calle por el mismo bocaron del pajar. por donde habían entrado.
   Al tío Ambrosio lo que se le ocurrió entonces fue llamar a su vecino, golpeando en la pared medianía con la casa del tío Miguelón, para pedirle su ayuda. Pero esto sin atreverse a salir al corral. El vecino tardó en despertarse por los golpes en la pared. Cuando, por fin, oyó los fuertes golpes e insistentes que los estaba dando en la pared su vecino Ambrosio, levantándose Miguelón a toda prisa, se asomó por encima de la tapia al corral del tío Ambrosio, pero ya no pude ver nada, porque los ladrones ya se habían marchado.
   A todo esto, la oscuridad que había era propia de una noche sin luna en el cielo y abajo sin luz eléctrica que todavía no había llegado a Villambroz. Saltando por la misma tapia el tío Miguel, se juntó al vecino Ambrosio en el corral, que salía de la vivienda con un farol en la mano. Ya los dos se atrevieron a asomarse a la cuadra, para ver qué pasaba allí.
   Los animales estaban ya tan tranquilos. Al entrar ellos con la luz del farol, vieron que las vacas estaban levantadas, así como la yegua seguía pinada y a su lado un potrillo también pinado. Enfocando el farol al camastro, situado en un extremo de la cuadra, en alto, pegando casi en el techo, pudieron ver al pobre criado amordazado y atado, de modo que no se podía mover ni decir nada. El miedo se le notaba hasta por las orejas. Cuando le quitaron la mordaza y le desataron, no era capaz de pronunciar una palabra; no le salía la voz para contar lo que le había pasado.
   Aunque no tengo constancia, pues nuestro cronista también lo desconoce, es si los ladrones se llevaron algún animal, pero lo más seguro es que no lo consiguieran, ya que las puertas grandes de la calle seguían trancadas. Cuestionado alguno de los viejos del lugar, nos contaba uno que había oído a su abuelo hablar sobre este caso y que se hablaba por el pueblo que los ladrones debían tener alguna relación con algún vecino y que les había dado falsa información, como que esa noche estaría ausente el tío Ambrosio. Sin embargo no me hagáis caso porque pienso que todas estas referencias no dejan de ser mera habladurías muy propias de los pueblos rurales.
   También es de suponer que el tío Ambrosio, tal vez acompañado de su vecino y amigo Miguel, a la mañana siguiente,  muy temprano cogerían sus yeguas e irían a Saldaña o a Villada a dar parte del hecho a la guardia civil. Mi relato que queda aquí terminado, porque no considero necesario abrir ahora las puertas a la imaginación y rellenar el evento con más escenas posibles.


3

El antiprogreso


   Por los años cincuenta del siglo pasado, era muy corriente ver cuidadores de los majuelos, dada la escasez que había todavía de ellos. Los principales enemigos de las uvas eran los tordos, que si se les dejaba llevar por su instinto glotón, cuando se iba a vendimiar no se encontraba más que rampojos. Las bandadas de tordos habían hecho antes la labor. Otros de los que había que librarse espantándolos con la presencia de cuidadores, en los majuelos a la vera de la carretera, eran los automovilistas que, al pasar junto a un majuelo, no tenían inconveniente llenar gratis una banasta y llevarsela.
   Sentados en la lindera misma del majuelo, muy cerca de la cuneta, el abuelo y el nieto estaban cuidandolo de posibles transeuntes vendimiadores de lo ajeno. En esto que el chaval ve que a lo lejos viene por la carretera el coche de línea. El nieto coge un canto bastante grande y dice a su abuelo:
-¿Se lo tiro al autobús cuando pase? Una reacción muy común en un chiguito que desconocía lo que significaba el autobús para el pueblo.
   Pero el abuelo, ya un hombre muy entrado en años, bastante más de los sesenta y cinco de la jubilación, en vez de quitarle a su nieto la intentona infantil, echó más gasolina al fuego:
-Si hijo, dale un cantazo al coche, ¡Coño! .
 El chavalito no necesitó más. En el preciso momento que pasaba el autobús en frente de ellos, ¡Zas! El nieto lanzó con toda fuerza la piedra e hizo blanco en el cristal de una ventanilla lateral.
-Muy bien, Martiniano, que puntería tienes, hijo. Asintió satisfecho el abuelo.
   Pero no quedó todo ahí. Ante lo sucedido, el conductor paró el autobús; dio marcha atrás unos metros y fue a donde estaban el abuelo y el nieto, tan contentos por la hazaña que habían hecho. Les tomó los datos pertinentes a los causantes de la avería, ante cuatro pasajeros como testigos de la fechoría y siguió el recorrido hacia León.
   Supongo que en los demás pueblos no habría otros abuelos y nietos que se rebelaran así ante el progreso. A los pocos días al abuelo le llegó una multa bastante considerable, que tuvo que hacer efectiva en el plazo indicado en el documento remitido por la guardia civil de Saldaña.
   Hacía unos pocos días antes de lo ocurrido y que acabamos de consignar, cuando el autobús había hecho el primer viaje, pasando por Villambroz. Desde entonces, a este autocar siempre se le llamó “El Burgos”. Y es que los primeros días solamente llegaba a la capital burgalesa desde León. Con el tiempo, no tardando mucho el viaje del autobús se alargó hasta Bilbao y terminar en Irún.
   En aquella ocasión no se tocaron las campanas, sencillamente, porque el pueblo no estaba avisado y les sorprendió la nueva. Pero sí que el acontecimiento se lo merecía más que de sobra, y eso a pesar de la actitud vandálica que días después adoptaron aquel abuelo y su nieto. 
   Desde ese día a Villambroz se le ensancharon los pulmones, encharcados por el aislamiento al que había estado condenado hasta entonces, con aquella bocanada de aire puro, que le entraba con el medio de comunicación nuevo, el coche de línea Burgos-León.
   Y es que, las salidas de Villambroz hacia otros lugares de la geografía de España, para nuestros antepasados se convertía en una verdadera odisea. Así, para ir a las cercanas ciudades de Burgos y León, primeramente había que acercarse a Sahagún a coger el tren, contando con los grandes inconvenientes que ello llevaba consigo, pues había que hacerlo en burro o en carro, de vacas en tiempos más remotos. Y ya no digamos el viaje a Bilbao, a donde ya habían emigrado bastantes familias de Villambroz. Las odiseas que pasaron los que optaban por viajar en el tren de la Robla, casi les resultaba el viaje una tragico-comedia, por los avatares que iban surgiendo en el trayecto, contando, claro está, con la primera etapa de Villambroz a Saldaña y de aquí a la estación de Guardo.
   Muy pocos años antes del autobús de Burgos, había comenzado a pasar un autorcar que les comunicó con la ciudad de Palencia, acercándose así Villambroz a la capital de la provincia. Por fin, el autocar que, hacía ya unos años iba Palencia y se quedaba en el pueblo vecino de Ledigos, alargó el recorrido hasta Villarrovejo, pasando por Villambroz.
   Hasta entonces, para ir a los médicos o cualquier otro asunto a la capital, ya no había que dar el complicado rodeo por Sahagún a coger el tren y llegar a la ciudad a la hora conveniente. Esta nueva comunicación llevaba a los viajeros desde la puerta de sus casas a la misma ciudad.
   Pero esto no era todo. Antes de pasar el “Palencia” por el pueblo, no hacía muchos años antes de esta fecha, para ir a la capital palentina, salvo los más decididos, que con el carro cogían cañada abajo y hasta Palencia, sin importarles el tiempo empleado en el viaje, los otros tenían que pasar la misma odisea narrada antes: ir a coger el Aja a Saldaña o el tren en Sahagún, que les transladara a Palencia. Como estos viajes casi siempre estaban motivados por casos de enfermedad, el translado del enfermo, entonces sí que se convertía en verdadera tragedia. Entonces no había otro vehículo que el carro. Era la única “ambulancia” que tenía aquella gente.
   También es cierto que a los viajes de aquellos años, aunque ya fueran en automóviles, hay que añadirles otros inconvenientes que surgían durante el trayecto. Las condiciones en que se hacían los viajes, todavía eran muy precarias.
   Dado el estado calamitoso de las carreteras, en general y en concreto, la carretera que unía a las villas de Sahagún y Saldaña, calzada estrecha y el firme de piedra y tierra, los autobuses iban dejando tras de sí una larga cola de polvo de unos cuantos metros. Y si había un descuido de no cerrar bien todas las ventanillas, también los pasajeros participaban de esa nube de polvo que se les metía dentro del autocar.
    Por otra parte, el traqueteo que llevaba el autobús a causa de las piedras de la calzada y la dureza de los asientos, hacían que el trayecto se hiciera consideradamente pesado. Incluso, hubo temporadas que el “Palencia”, en concreto, para salvar trozos de carretera en pésimo estado, cambiaba la ruta cogiendo un camino que discurría paralelo a la carretera por el monte, hasta que la calzada volvía a presentar mejor estado y entraba de nuevo en ella, al bajar Carruigo.
   Pese a estos inconvenientes sufridos, la gente de estos años se sentía más agraciada que sus antepasados, que carecieron de toda clase de comunicación por carretera. El “Burgos” y el “Palencia” fueron bien recibidos, como el agua caída del cielo en mayo para los campos sedientos del páramo.
 Permítame el lector una otra reflexión a resulta de lo escrito en este último retazo rural. ¡A qué aislamiento estaba sometida la gente de aquellos pueblos! ¡Qué separado estuvo el mundo rural del resto de los habitantes del país! ¡Qué profundo era aquel pozo del olvido, en el que vivieron sumidos tanto tiempo! Y esto, como acabamos de ver, no hace tantos años.
   ¿Se ha borrado de la memoria este modo de vivir en el pasado rural? ¿La generación joven que lo oye contar ahora a los viejos del lugar, les provoca algo más que una leve sonrisa, porque piensan que les están contando algo que no es más fruto de una fantasía transnochada? O a lo sumo, les sale de los labios aquello de ¿¡a, sí!?  
 

2

SECUESTRO FALLIDO

 
   Villambroz deshojaba por entonces los últimos años del siglo XIX.  Una noche apacible de junio llegó a casa un poco tarde el tío Vicente, pues se había entretenido hablando con un vecino, en la esquina de la casa la villa.
 -¿Dónde está Lorenzo, que todavía no ha venido de las ovejas? –Le dice su mujer, la tía Petra, con muestras de nerviosismo.
- ¿Cómo que no ha venido?  Se pregunta extrañado
   Pues las ovejas sí están ya en el corral. Desde la puerta de casa las he oído balar. Se habrá encontrado con alguien al encerrar. –Así responde el tío Vicente a su mujer.
   Y se ponen a rezar el rosario como hacían todos los días, mientras ella hacía la cena. Pero aquella noche los dos tenían como fondo del rezo la preocupación por la ausencia del sobrino. La impaciencia va creciendo en los dos conforme pasan las cuentas del rosario. Y al llegar al quinto misterio de gozo, “el niño Jesús perdido y hallado en el Templo”, en la mente de la tía Petra y el tío Vicente  ese niño esta tarde era el sobrino Lorenzo. Perdido y hallado.
   La tarde iba dejando su lugar a la noche, y el jovenzuelo pastor, no acababa de llegar. Terminan el rosario y lo primero que dice la tía Petra: 
-¿Porqué tardará tanto en venir hoy Lorenzo? –comenzaba ser una pregunta retórica.
   Su marido, el tío Vicente, al venir a casa había pasado por delante del corral, y sin asomarse a las puertas, había oído que las ovejas ya estaban dentro. Lorenzo había cumplido lo que su tío le había mandado por la mañana, que tenía que venir a encerrar al corral del pueblo. Pues al día siguiente antes de soltar, pensaba dar la bola a las borrillas.
   No obstante, volvió al corral para cerciorarse. Y ciertamente, las ovejas ya estaban dentro y algunas ya echadas, pero el pastor no estaba en el corral, y sí vió dentro al lado derecho de la puerta la zurrona. La abrió y vio que le había sobrado algo de pan y también estaban los libros que acostumbraba a llevar para leer los ratos que el ganado le dejaba libre. El sobrino era muy leído. 
-¿A dónde habría ido Lorenzo después de encerrar? Se iba preguntando a sí mismo el tío Vicente, mientras miraba por el corral, hasta en la tenada. 
-Muy lejos no puede haber ido después de encerrar –volvía a reflexionar a partir de los datos que iba constatando en el corral.
  Vuelve a casa y le cuenta a la cada vez más nerviosa, su mujer Petra, lo que él estaba pensando desde a la vuelta del corral.
-¿Decimos algo a la gente, parientes y vecinos? –se preguntaron.
 Decidieron esperar a más tarde, para no alborotar al personal. De todas las maneras,  Lorenzo no podía estar muy lejos y podría volver más tarde. Quién sabe si no estaría en casa de algún otro pastorcillo jugando a la baraja y se estaba entreteniendo de masiado. Ya había pasado alguna otra vez algo parecido. Estos y otros pensamiento iban rellenando el tiempo de Vicente, mientra la tía Petra ocupaba estos momentos, que cada vez se le hacían más largos, con sus múltiples rezos.
   Y continuaban en la cocina en la espera tan deseada Lorenzo. Pasaba una hora y otra. La oscuridad cada vez se hacía más dueña de la noche… Pero Lorenzo no se presentaba.
   Aunque la hora era ya intempestiva, fueron a llamar los vecinos más cercanos, parientes de la tía Petra, y les comunican lo que les está sucediendo con el sobrino Lorenzo. Los cuatro cogen unos faroles y van al corral a inspecionarlo mejor, mirando bien todo tanto en la tenada como en el patio, entre las ovejas. Podría haberle pasado algo…Pero nada. No encuentran ninguna pista. Dan la vuelta al pueblo y tampoco ven nada.
   Vuelven a casa decepcionados. Y antes de marchar a casa los parientes, quedan que muy de mañana con la luz del día reemprederían la búsqueda. Vicente y la Petra van a la cama, convencidos que no pegarían ojo.
   Así fue, sin haber podido dormir nada en toda la noche, por la incertidumbre del estado de su sobrino, al ser de día, el tío Vicente cogió la burra y marchó a Calzadilla de la Cueza, a ver si Lorenzo había ido a su casa, sin decirles nada a ellos, sus tíos.
   El sobresalto de sus padres fue grande al ver allí al pariente de Villambroz, trayéndoles la noticia de la desaparición de su hijo Lorenzo. Pues tampoco estaba con ellos. Decidieron dejar pasar aquel día, antes de dar parte a la guardia civil de la desaparición del pastor Lorenzo. Mientras tanto, ellos con gente Calzadilla y Villambroz recorrieron los alrededores. Pero no encontraron nada que les diese pistas del paradero de Lorenzo.
 
   En este retazo estamos ante ante un suceso acaecido en el escenario de Villambroz. El cronista ha tenido la curiosidad de espigar en las páginas de la tradición oral y no ha encontrado en ellas ningún otro acontecimiento con características tan extrañas como el de este supuesto secuestro del jovenzuelo Lorenzo.
    Vicente y Petra era un matrimonio sin hijos, cuya hacienda se componía de una labranza para arar las tierras y un ganado de ovejas. En consecuencia, siempre estuvieron necesitados de un pastor que les cuidara las ovejas, mientras ellos labraban las tierras. El pastor protagonista de este suceso, el sobrino Lorenzo era de Calzadilla de la Cueza. ¿Dónde queda esta población? Si uno sale del pueblo por las eras de abajo, caminando recto, pasada la dehesa de Busticirio, se llega enseguida al pueblo de Calzadilla, situado en la vera del Camino de Santiago. Allí Vicente tenía unos parientes, una hermana de su mujer Petra, con dos hijos. El mayor estaba en los frailes hacía unos años y el pequeño era el sobrino Lorenzo, nuestro protagonista de esta extraña historieta.
   Lorenzo también había seguido los pasos de su hermano Isidro y estuvo unos pocos años de su adolescencia en los Hermanos de la Escuelas Cristianas, en el colegio de Bujedo. Esto era muy común en aquellos pueblos, a comienzos del siglo XX. Las familias cristianas se enorgullecían de tener algún miembro de la familia, entregado a Dios en la vida religiosa. Pero por las razones que fueran, el muchacho se salió de los frailes y volvió a su pueblo.
   A la venida de Lorenzo del colegio, sus tíos de Villambroz, Vicente y Petra, pensaron haber encontrado en este sobrino de Calzadilla, un buen pastorcillo para guardar su ganado, ya que les había dejado el pastor que tenían. Y así se lo propusieron a sus padres, que gustosamente accedieron a la petición de los parientes de Villambroz. El tío Vicente no tardó muchos días de ir a Calzadilla a por su sobrino, quien sin poner obstáculo alguno, vino muy gustoso al pueblo de sus tíos, con quienes ya había estado de pequeño, pasando largas temporadas. Era muy mimado por sus tíos y Villambrfoz también le gustaba, pues ya se había hecho con amigos.
   Y comenzó a ir con las ovejas, adquiriendo práctica con el paso de los días y conocimiento del ganado y el terreno para el careo. No obstante, los años, pocos o muchos en los frailes, habían dejado en Lorenzo la afición por la lectura, cosa que siguió haciendo  estando con el ganado, en los momentos que los animales se lo permitían. Para ello, según contaban otros pastores, la zurrona que llevaba para la merienda, siempre iba más llena de libros que de pan.
 
   Un día, el ganado estuvo arriado más tiempo de lo acostumbrado. Mientras, Lorenzo se sumió en la lectura. Llevaba leídas la mitad de páginas de un viejo libro que había encontrado en el desván de la casa de su tío Vicente. Cuando se dio cuenta, tuvo que dejar de prisa el libro y meterlo en la zurrona, porque las ovejas ya se habían alejado un poco del pastor. Con la prisa, se levantó, cogió la zurrona y la cachava y olvidándose de ponerse la gorra, quedó colgada en una rama de la mata que le había dado abrigo y sombra. Como el sol de la tarde ya no le molestaba, no se dió cuenta de que no llevaba la gorra hasta casi la entrada en el corral del pueblo, a donde iba a encerrar esa tarde las ovejas, como habia quedado con su tío Vicente.
   Según parece, su tío Vicente era un tanto exigente con su sobrino, por lo que le guardaba un cierto temor. Por eso, en esta ocasión tuvo miedo que su tio se enterara de la pérdida de su gorra, y entonces, nada más dejar las ovejas en el corral del pueblo, sin decir nada a nadie, emprendió la búsqueda de la gorra, desandando el camino. Haciendo memoria, pensó que tuvo que haber dejado la gorra en el pago de las Suertes, en donde había pasado la mayor parte de la jornada. Llegó hasta las Suertes, en donde había estado sentado para comer y leer un buen rato, pensando que allí la podía haber dejado olvidada. Y, ciertamente, allí mismo la encontró, tal como lo había supuesto.
   Pero estando allí, por el camino que llevaban  los de San Llorente a Sahagún, se presentaron dos individuos montados en sendos caballos. -¿Qué haces por aquí a estas horas, chiguito? Le preguntaron aquellos desconocidos.
-Nada, estoy buscando una gorra que he perdido por aquí. Respondió ingenuamente.
-Y de dónde eres? Le preguntó el otro advenedizo.
-Vivo en Villambroz, pues guardo las ovejas de unos tíos.
-¿Es ese pueblo que se ve ahí en frente?
-Si. Asintió sin más.
    Estos, al ver al zagal solo en aquellas horas de la tarde y en aquel paraje bastante desviado de los dos pueblos más cercanos, Ledigos y Villambroz, vieron la ocasión de hacerse con un mozo de cuadra, para que les cuidara las cuadras de caballos que tenían.
   Pues, luego se supo por el mismo Lorenzo que se trataba de individuos que se dedicaban a robar caballos y yeguas por los pueblos, y después de un tiempo que los habían cuidado bien, los vendían en mercados, alejados del origen de los animales robados.
   Continuamos el supuesto secuestro. Lo más seguro es que con halagos engañosos y otras artimañas, le convencieron o incluso le pudieron forzar para que se fuera con ellos. Nuestro cronista aquí tampoco tenía datos fehacientes.
   El caso es que Lorenzo se vio montado en un caballo, agarrado de la cintura del jinete que lo conducía. Nuestro pastorcillo iba rellenando los momentos de silencio entre una y otra intervención en la conversación. Ahora su fantasía se servía de las muchas lecturas que le rellenaban las horas de pastoreo.  
   Quizás, el haber aceptado la propuesta de aquellos señores, podría ser la manera de salir del oficio de pastor, al que estaba condenado de por vida. Aquellos individuos le propondrían ir a trabajar a otro lugar, de más amplios horizontes que los de Calzadilla y Villambroz. Nada más y nada menos que a la misma capital de España, Madrid. Y llevado de estos y otros pensamiento, se le iba haciendo más llevadero el pesado camino montado en las ancas del caballo.
   La búsqueda por parte de su padre y su tío, con la ayuda de la gente de los dos pueblos, evidentemente, resultó infructuosa. Lorenzo estaba alejándose mucho, camino de Madrid. Así que no podían encontrar ninguna pista que les orientara el lugar donde pudiera estar Lorenzo. Por su parte, la guardia civil estaba sobre el asunto, pero tampoco encontraban ningún rastro del pastorcillo desaparecido en Villambroz.
    Mientras tanto, el tío Vicente tuvo que contratar a alguno del pueblo, para sacar a pastar las ovejas. Y la tía Petra seguía sin perder la esperanza de que nalgún día volvería su sobrino. Ella, por su parte, con sus insistentes oraciones se lo encomendaba a todos los santos de la corte celestial. El Sagrado Corazón de Jesús bendito, de especial devoción suya, no le podía fallar. La devota Petra fue escuchada.
 
    Al cabo de un tiempo, bastante prolongado de su desaparición, cuando algunos de los dos pueblos ya se habían casi olvidado del caso, un día se presentó el joven Lorenzo en su pueblo, Calzadilla, todo andrajoso, famélico y cansado, pues la vuelta hecha andando; en enconsecuencia, había sido muy larga y penosa.
   La historia que contó a su regreso, real para algunos o inventada para otros, estaba envuelta de oscuridades. Según el pastorcillo Lorenzo, su estancia durante el tiempo del supuesto secuestro, había sido en un lugar muy lejos: le parecía que era Madrid, pero que él nunca había pisado sus calles. Lorenzo trabajó de potrero en unas cuevas que hacían de cuadras, con un número elevado de caballos y yeguas. Estos animales no siempre eran los mismos, pues, según le contaban aquellos señores, se dedicaban a vender y compras ganado caballar. Por lo que se deduce, que las caballerizas debían estar a las afueras de la ciudad, según suposiciones del sobrino Lorenzo.
   Durante ese tiempo, según confesión del mismo Lorenzo había trabajado mucho, día y noche. Su labor en las caballerizas consistía en echar de comer a los animales, tenerlos siempre muy limpios, y sacar el abono fuera de las cuadras. Así como la comida había sido casi siempre poca y bastante mal cocinada; que, por cierto tampoco supo aclarar nunca quién cocinaba. El pensaba que debían ser mujeres. El caso es que venía muy flaco y demacrado; lo que confirmaba las palabras de Lorenzo.
 El camino de vuelta, lo había hecho andando, pidiendo por los pueblos para comer, durmiendo en donde podía, bajo el techo de los puentes algunas veces y las otras a la intemperie. Lorenzo tampoco supo aclarar el tiempo que había empleado hasta llegar a Calzadilla, pues venía completamente desorientado. Dado que eran aquellos tiempos, así quedó todo. En nuestro días le habrían ingresado en algún centro sanitario, para hacerle un chequeo y ver su estado de salud. Entonces nada de nada.
    Lorenzo explicó también que había conseguido librarse de sus secuestradores, cuando éstos, confiados ya en la lealtad de su jovencito criado secuestrado, aprovechando el descuido de las dos mujeres que le habían llevado para comprarle ropa en unos almacenes, logró escaparse, aprovechando el barullo de la gente. Ellas consideraron absurdo buscar al jovencito entre tanta gente como había en aquellos almacenes. Sería como pretender encontrar una "aguja en un pajar".  
   Emprendió la vuelta huyendo de sus secuestradores, preguntando a la gente le orientaran por donde se iba a Palencia y a Calzadilla.
   También contaba que se escapó porque el trato que le daban era malo. Le pegaban mucho, sobre todo cuando no hacía bien lo que le mandaban. En fin, podemos concluir nosotros que le trataron como a un auténtico esclavo, que habían  adquirido sin comprarlo.
 
   Tras un poco tiempo en su pueblo, Calzadilla, en casa de sus padres, pues ya no volvió a Villambroz con sus tíos, parece que debió de ingresar de nuevo en los frailes, concretamente, en Bujedo, donde aun estaba su hermano mayor. Este, poco después también colgó los hábitos. Pero esta nueva estancia con los frailes, también fue relativamente muy corta.
   Dentro de la oscuridad histórica, el cronista ha sabido que al salirse de fraile, emigró a América, donde conoció a una mujer de Villambrán, que le ayudó a pasar la estancia en América relativamente bien.
   En esto, estalló la guerra civil y fue llamado al ejército. Como otros muchos emigrantes, Lorenzo tuvo que volver a España para enrolarse en filas. No obstante, aprovechando el desorden que había en las milicias republicanas, nuestro Lorenzo consiguió desertar del ejército rojo.
   Como hemos dicho antes, su hermano ya no era fraile y vivía en Barcelona. Lorenzo pensó que el mejor sitio para refugiarse y que no le encontraran, era ir a vivir con su hermano, hasta que se terminara la guerra. Durante todo este tiempo, Lorenzo estuvo escondido, sin salir para nada de la casa, por miedo a que le encontraran y le llevaran al frente otra vez.
    Acabada la guerra, Lorenzo se quedó en Cataluña a vivir la nueva experiencia de su vida. Allí se casó con una “catalanona” –al decir de nuestro cronista- pues esta mujer no sabía hacer nada, ni siquiera freír un huevo.
   Poco tiempo después, convenció a la catalana y se vino al pueblo de Calzadilla a experimentar otro modo de vida. Aquí, con la ayuda de su padre y del exfraile, comenzó a trabajar como labrador. Con el par de vacas que le dejaba su padre ya jubilado, con los pocos aperos también heredados y alguno comprado con la ayuda de su hermano, se hizo agricultor. Pero como nunca lo había hecho, la experiencia de labrador también le fue muy mal. A este inconveniente también hay que añadir la incompetencia de su mujer, que nunca había vivido en un pueblo y menos en tierras castellanas. Esta no lograba adaptarse a las costumbres del pueblo, ni a los trabajos caseros, de modo que no le ayudaba en nada a Lorenzo, en los trabajos del campo, ni tampoco en las tareas domésticas.
   Durante el corto tiempo que vivió en su pueblo, dado que era muy leído al haber estudiado en los frailes, su pariente Andrés, el entonces alcalde pedaneo de Calzadilla, le encomendó que se hiciera cargo de la labor de escribano en las Juntas Vecinales, por lo que le darían una pequeña retribución pecuniaria. No obstante, el cronista de esta historia, Victoriano, había oído contar a su madre muchas veces, que a Lorenzo  las cosas de la vida le fueron siempre “más mal que bien”.


1

Los temibles nublados

 
   Una tarde de éstas, Villambroz estaba ya bajo una negra bóveda, trayéndole malos augurios. Los truenos seguían a los relámpagos, cada vez eran más continuos. De las calles habían desaparecidos los chiguitos que a esas horas solían estar jugando. El miedo a los nublados les había encerrado en sus casas. Y es que el peligro del nublado se mascaba cada vez más. Había quienes se atrevían a asomarse a la puerta del corral, para ver mejor el desarrollo de la nube. ¿Qué se podía hacer para evitar los posibles daños?
   La espera resignada era la respuesta más común de la mayoría de aquella gente. Pero había otros que creían poder desafiar la potencia de los nublados. Estos pensaban, que un modo de enfrentarse a las nubes era acudir a la religión, demandando su ayuda. Estas plegarias se realizaban dentro de un rito religioso, que consistía en conjurar a las nubes, ordenándolas severamente en nombre del Altímo, que se alejaran del pueblo y sus alrededores y marcharan al monte donde no harían ningún daño al campo.
   Pues sí, a este recurso acudían algunos antepasados de Villambroz, cuando se veían amenazados por la presencia de una parda nube, que se formaba por el alto de Valdarina, y venía hacia el pueblo, acompañada de relampagos y truenos ininterrumpidos. Eran nubes a las que más se temía, por el daño que podían dejar por el campo al descargar los secos granizos sobre los frutos, por entonces, en su sazón.
    Esta conjuración de los nublados solía estar casi exclusivamente a cargo del señor cura, el cual, sirviéndose de un viejo libro de oraciones y un crucifijo, realizaba la ceremonia prescrita en el ritual religioso. Con la cruz en la mano derecha, hacía cruces al nublado que se estaba adueñando de toda la capa del cielo, al mismo tiempo que recitaba oraciones, cuyo contenido era ahuyentar a la nube como enemiga del pueblo y ordenándola, con la autoridad que le daba Dios, a quien invocaba, que se quedara en el monte o se marchara a donde no hiciera ningún daño.
   Del señor cura habían aprendido tambien algunos vecinos a conjurar los nublados. De modo, que cuando el sacerdote se había ausentado del pueblo, o simplemente, se había descuidado y la nube se había echado encima, uno de estos conjuradores se enfrentaba a la posible dañina nube. Con un crucifijo y unas sencillas súplicas inventada por ellos o que habían aprendido de algún devocionario, conjuraban también a los nublados. Nuestro cronista Victoriano recuerda que en más de una ocasión estuvo él presente, cuando el tío Gregorio, ya entrado en años, se asomaba al portón de su casa para conjurar también a los nublados que se venían encima cargados de granizos. Ante este inminente peligro para el campo, el viejete salía a la puerta del portal de la casa, con un pequeño crucifijo, haciendo cruces y más cruces hacia donde estaba el nublado y repitiendo unas palabras desafiantes para el nublado que se estaba formando.
 
-“¡¡¡coojooneesss!!!, este nublado no obedece ni a Dios”. Esta exclamación, transmitida de generación en generación, salió de lo mas hondo del tío Ambrosio, cuando volvía a toda prisa a casa, después de haber conjurado un nublado, que a pesar de ello, descargó mucha piedra sobre el campo y también sobre su cabeza. 
   Pues ciertamente, en el pasado más remoto de Villambroz, a finales del pasado siglo XVIII, podríamos decir que el tío Ambrosio era el que estaba especializado en conjurar a los nublados. Este hombre, además era muy afín a las cosas de la iglesia, quien, junto con el tío Bernardo, ayudaban al señor cura en el canto de las misas y demás ceremonias de la iglesia, especialmente en aquellos entierros en los que se cantaba tantos latines.
   Ambrosio Gutiérrez, según un documento censal, era un labrador como cualquiera otro del pueblo, que por aquella fecha a la que nos referimos, contaba ya 74 años, ciertamente una edad muy avanzada, para la esperanza de vida habida en aquellos lustros. El mismo documento consigna que su domicilio estaba en la calle la iglesia, hoy corresponde a la calle que sale a las huertas, en una casa con puertas grandes para la salida del carro.
   Así mismo, Ambrosio declaraba entonces saber leer y escribir, como lo hicieron también el noventa y nueve por cien de los vecinos de Villambroz de aquel entonces. Como anécdota que se ha pasado de padres a hijos, también cuentan de él que solía llevar una barba blanca larga y áspera, pues se la debía afeitar solamente una o dos veces al año. Según el cronista Victoriano, el ya anciano Ambrosio era muy cariñoso con todos los niños del pueblo. Así, cuando pasaba junto a una madre o quien fuera, con un niñito en brazos, se acercaba a llenarlo de besos. Pero como llevaba la barba larga, al besarlos muy efusivamente, le restregaba la carita al niño hasta que les hacía llorar.
    Una mañana de junio cuando ya estaba muy cercana la siega de los centenos y trigos, hacía un sol picante que a los lugareños les augura con toda certeza una tarde pródiga en nublado. Y no se engañaban, pues a la hora de comer el cielo se cubrió totalmente de oscuras nubes, dejando al pueblo en penumbra. El presagio se cumplió pronto, tanto que un nublado se adelantó a lo previsto y comenzó a lanzar relámpagos y truenos desde todos los ángulos del cielo. Menos mal que debía tener poca carga, pues pronto pasó para cierzo.
   El tío Ambrosio se sentía con cierto dominio sobre los nublados con sus conjuros. Por eso, haciendo caso omiso del nublado que estaba pasando hacia cierzo sobre Villambroz, pues no lo veía peligroso, siguiendo la costumbre de todos los día en esta época preveraniega, terminó de comer tan ricamente, y mientras su mujer la tía Tomasa fregaba la vasa y luego cosía unos pantalones de su marido, éste se echó la siesta en el escaño de la hornera, en donde, como era costumbre, ya habían pasado a cocinar para toda la temporada veraniega.
   Sumido el tío Ambrosio en el sueño reparador, un fuerte y seco trueno le despertó súbitamente. Pocos segundos después oyó otro zumbido mucho más fuerte que el anterior, a los que siguieron otros tantos, mezclados con los resplandores de los relámpagos, que se unían uno al otro, iluminando al pueblo sin intermitencia. La experiencia del tío Ambrosio, le hizo sospechar que se estaba acercando por Valdarina, a pasos agigantados, un nublado de mal pelaje, color pardo oscuro y, aunque con menos ruido, la gente los temía más, porque siempre venían cargados de muchos y dañinos granizos. Esto lo detectaban por el ruido que llevaba, al chocar –decían- las piedras unas con otras.
    Entonces, incorporandose en el estrado, se levantó el tio Ambrosio, la tía Tomasa ya estaba santiguándose cada vez estallaba un relámpado y acompañaba con jaculatorias al Divino Corazón y a todos los santos, se puso la chaqueta de pana que tenía colgada en el capero de detrás de la puerta, cogió el Crucifijo, que siempre lo tenía a mano para estas ocasiones, se caló la gorra en su calva cabeza, y dejando la hornera en la que estaba tan ricamente durmiendo su siesta, salió a toda prisa a las huertas del pueblo, que las tenía al lado de su casa.
   El  nublado que había aparecido por Valdarina, ya estaba acercándose como tirando un poco para arriba, casi encima del alto de Matasuseras, y bajando para las Laderas hacia el pueblo. Se veía caer como un manto cada vez mas oscuro sobre la Nava. Era evidente que ya iba descargando por donde pasaba. Traía mucha carga y para el tío Ambrosio y alguno más que había salido también a las Huertas, esta carga era muy peligrosa.
   Ya empezaba a sentirse caer por las Huertas las primeras gotas gordas. Entonces, con toda reverencia, como siempre hacían los hombres cuando rezaban en cualquier lugar que fuera, el tío Ambrosio y sus acompañantes, se quitaron la gorra, dejando al descubierto la calva, y con el crucifijo en la mano derecha, empezó a hacer varias veces el signo de la cruz al peligroso y amenazador  nublado, conjurandolo para que se marchara al monte y no hiciera ningún daño al campo sembrado, pues en esa epoca ya habían cernido se estaban llenando de granos las espigas. Ambrosio rezaba con su voz un poco quebrada: Nube, maldita, obedece al Dios bendito y aléjate de nosotros. El Divino Señor nos protege. Marcha al monte. No nos desgracies nuestra cosecha… Con esta y otras similares súplicas, el tío Ambrosio conjuraba las nubes.
   Pero en esta ocasión, el nublado no respetó la conjuración, ni los rezos del tio Ambrosio y de golpe, se precipitó la nube sobre el pueblo y empezó a arrojar al principio unas gotas gordas y luego se mezclaro unos secos y grandes granizos. Mientras tanto, Ambrosio seguía mascullando imprecaciones al cielo completamente encapotado.
   Pero los granizos no hacían caso a la conjura de aquel hombre, al que le caían también sobre su cabeza descubierta. Ya solamente quedaban él y el abuelo de nuestro cronista Victoriano, pues los otros paisanos habían marchado antes corriendo a ponerse bajo techo. Entonces el tio Ambrosio espantado, resguardando su calva con la gorra que la tenía en un bolso de la chaqueta, dando media vuelta, también echó a correr para refugiarse a toda prisa en su casa. Mientras iba, nuestro cronista le iba oyendo repitidamente: 
-“ ¡¡¡coojooneesss!!!, este nublado no obedece ni a Dios”.
   Esta instintiva reacción del tío Ambrosio, no desdice en absoluto nada de su arraigado espíritu religioso y de fe en la bondad del Dios Todopoderoso al que invocaba en la conjuración. En semejante situación, cualquiera de nosotros hubiéramos reaccionado y dicho lo mismo, o más, que nuestro antepasado conjurador de nublados, el tío Ambrosio.

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